jueves, 30 de diciembre de 2010

Perro viejo. Relato de Javier Martínez-Martínez Cedillo


Perro Viejo

Tres cuadros. Tenía que ser rápido. Entrar y salir, ese es el plan. Está chupado. Las tres y media. Se acomodó en el alfeizar de la ventana donde observaba con atención las sombras de los vigilantes que se dibujaban difusas entre las obras de arte. Le echó un último vistazo a la galería de arte que estaba a punto de visitar y esbozó una media sonrisa cargada de confianza. Bajó de un salto y aterrizó en la buhardilla del ático que utilizaba como base de operaciones mientras hacía un rápido repaso mental al inventario. Sabía que faltaba algo, pero no debía ser importante si no lograba acordarse, así que lo dejó correr y se dirigió al armario donde guardaba su uniforme: un anticuado frac de mediados del siglo XIX que había mandado hacer a un discreto sastre italiano, de los pocos que quedaban que aún mantenían la boca cerrada. Terminó de abrocharse el chaleco y con un ágil y elegante movimiento se colgó la larga chaqueta sobre los hombros. Acto seguido, se dirigió al perchero donde colgaba el sombrero que le caracterizaba. Un modelo de copa alta y ala corta. Ataviado de esta manera se dirigió al espejo que descansaba apoyado sobre una pared del fondo de la habitación y dirigió a su reflejo una sonrisa satisfecha. Dio media vuelta tarareando el `réquiem´ de Mozart y agarró el bastón, SU bastón, pues si el sombrero lo caracterizaba, el bastón no iba a ser menos. Largo, de empuñadura tallada imitando una enredadera de madera que se extendía como si estuviese realmente viva. Elegante, sin duda, pero eso no impedía que debajo de su pulcra camisa blanca colocara un chaleco antibalas. No era su intención desencadenar violencia pero si la situación degeneraba hasta ese punto le convenía ir preparado. Bien, una vez hecho esto, era el turno de los `instrumentos´, todos y cada uno de los objetos que había lucido en su breve pero brillante `carrera´. Les dirigió una larga mirada a cada uno de ellos, todos le habían salvado la vida en alguna ocasión o, mejor aún, de la cárcel. Uno a uno los fue colocando en sus respectivos compartimentos. Cuando finalizó la operación elevó los brazos al cielo y flexionó un par de veces la pierna para comprobar la movilidad. Perfecto.

Vamos allá.

Relato de Javier Martínez-Martínez Cedillo. Alumno de 1º BTO TIC

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